La novena casa by Leigh Bardugo

La novena casa by Leigh Bardugo

autor:Leigh Bardugo [Bardugo, Leigh]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


14

* * *

Invierno

Mientras Alex se acurrucaba en el asiento del alféizar de la Madriguera, Dawes le trajo una taza de chocolate caliente en la que flotaba un malvavisco gourmet, de esos con forma cúbica y que parecían un bloque de piedra recién extraído de la cantera.

—Has estado en el inframundo —dijo Dawes—. Te mereces un premio.

—Técnicamente no llegué a entrar en el inframundo.

—Ah, pues devuélveme la nubecilla —dijo Dawes tímidamente, como si le diera miedo bromear con eso. Alex aferró su taza con un gesto teatral, para demostrarle que le seguía el juego. Le gustaba aquella nueva Dawes, y empezaba a pensar que tal vez fuera recíproco—. ¿Cómo era?

Alex observó los tejados iluminados por el sol de media mañana. Desde allí se veían los gabletes grises de La Cabeza del Lobo, parte de su enmarañado jardín y, apoyado en la pared, un cubo de basura torcido, de color azul. Parecía un lugar totalmente ordinario.

Dejó a un lado el sándwich de beicon y huevo. Normalmente se zampaba por lo menos dos, pero la sensación del agua arrastrándola todavía le quitaba el apetito. ¿De verdad había cruzado el Velo? ¿Cuánto había de ilusión y cuánto de realidad en lo que había visto? Se lo describió lo mejor que pudo a Dawes; también le explicó que el Novio necesitaba un objeto personal de la fallecida para ayudarlas.

—No puedes ir al piso de Tara Hutchins —le dijo Dawes en cuanto terminó.

Alex jugueteó con su sándwich.

—Te acabo de decir que he estado charlando con un muerto en un río infestado de cocodrilos de ojos dorados… ¿y eso es todo lo que tienes que decir?

Pero por lo visto aquella pequeña aventura había sido más que suficiente para Dawes.

—Si el decano Sandow descubre lo que le has hecho a Salome para que nos dejara entrar en el templo…

—Es posible que se chive a sus amigas, pero no sacará la artillería pesada. El acceso ilegal al templo, el robo en El Pergamino y la Llave… demasiado jaleo para ella.

—¿Y si lo hace?

—Pues lo negaré todo.

—¿Y quieres que yo también lo niegue?

—Quiero que pienses en lo que es realmente importante.

—¿Me vas a amenazar a mí también? —Dawes mantenía la vista fija en su taza de cacao, revolviéndola sin parar con la cucharilla.

—No, Dawes. ¿Te da miedo que te amenace?

La cucharilla se detuvo, y Dawes levantó la mirada. Sus ojos eran de un cálido color café, y la luz del sol realzaba el color rojizo de su cabello, recogido en un moño descuidado.

—Creo que no —dijo, como si se sorprendiera de ello—. Tu reacción ha sido… extrema. Pero es verdad que Salomé intentaba engañarnos. —Dawes y su vena cruel—. Aun así, si el decano se entera de que has hecho un trato con un gris…

—No se enterará.

—Pero si se entera…

—Te da miedo que te eche la bronca por ayudarme. No te preocupes. No me chivaré. Pero Salome te ha visto. Quizá tengas que silenciarla a ella también.

Dawes abrió los ojos de par en par, pero entonces se dio cuenta de que Alex bromeaba.



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